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Cómo educar con inteligencia emocional a nuestros hijos

Cuando hablamos de la educación de nuestros hijos todos los factores nos preocupan, ¿verdad? Y saber cómo educar con inteligencia emocional es uno de los capítulos que entran en esa lista de preocupaciones.

Para hablar precisamente de eso contamos con nuestra experta en educación, María Sánchez Calvo. Después de darnos unas pautas sobre cómo ayudar a los niños con los deberes y de hablarnos de cómo preparar la vuelta al cole, María nos aporta ahora sus conocimientos en materia de inteligencia emocional.

María, mamá de Irene y Paula, es también licenciada en Psicopedagogía y maestra especialista en Audición y Lenguaje. Además es especialista Universitaria en Pedagogía Terapéutica y miembro del Departamento de Orientación del Colegio Diocesano ‘Asunción de Nuestra Señora’ Os dejamos con ella y sus reflexiones sobre educar con inteligencia emocional.

EL PODER DE LAS EMOCIONES

La importancia de una adecuada educación emocional cobra cada vez más fuerza en nuestros días. Sus beneficios alcanzan el ámbito social, escolar, familiar y personal y resultan incuestionables. Desarrollar unas adecuadas competencias emocionales en nuestros niños y jóvenes es garantía de éxito futuro. Pero, ¿cómo abordar esta tarea desde nuestra labor de padres?

Comenzaremos aclarando el término de Competencias Emocionales de acuerdo a la propuesta de uno de los grandes autores del ámbito de la Inteligencia Emocional en España. «Las Competencias Emocionales son el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales» (Bisquerra, 2009).

Para conseguir que nuestros hijos sean competentes emocionalmente, primero es preciso que, como padres, desarrollemos de manera eficiente dicha competencia. Ser modelos coherentes de lo que esperamos que sean, es la forma más sencilla y segura de conseguir este propósito. Esto requiere iniciativa, decisión, implicación y convicción a la hora de actuar, pensar y, por supuesto, sentir. Nuestro objetivo inicial será mejorar el clima familiar, pero estaremos aportando a nuestros hijos una estimulación que les edificará en su desarrollo personal.

Veamos algunas de las competencias que podemos asumir para conseguir educar con inteligencia emocional a nuestros hijos.

POTENCIAR UNA AUTOESTIMA POSITIVA

Es esencial desarrollar en nuestros pequeños una percepción positiva de sí mismos en los diferentes ámbitos de la vida. Se deben sentir valiosos por aquello que hacen, piensan, conocen, sienten, disfrutan o saben. Es por tanto decisivo que aprendan a amar sus cualidades y, para ello, debemos proporcionarles espacios para que las descubran.

Deben aprender a identificar cuáles son los deportes en los que destacan, sus aptitudes y capacidades más desarrolladas (inteligencia musical, matemática, espacial, lingüística…), sus habilidades sociales para interactuar con los iguales…

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Los niños tienen que creer que pueden conseguir todo lo que se propongan.

Todo ello implica dejarles margen de actuación y creer en sus posibilidades. Las tendencias  sobreprotectoras, limitan este tipo de aprendizajes, coartan su libertad de expresión y de acción y generan miedos que transmiten inseguridades. Potenciar una autoestima positiva revertirá en una autoconfianza que les llevará a aventurarse a descubrir sus virtudes.

DESARROLLAR TOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN

Resulta importante que, como padres, seamos conscientes de que en todo este proceso de aprendizaje nuestros hijos se equivocarán y frustrarán. Esto es un componente implícito en cualquier aprendizaje. Es más, en muchas ocasiones, se aprende equivocándonos. Evitar esa frustración es privarles de una experiencia que les ayudará a madurar.

Aquellos niños a los que no se les permite equivocarse y frustrarse, porque los adultos eliminamos cualquier posibilidad de fracaso, sufren el peligro de vivir en una burbuja que tarde o temprano puede desvanecerse. Lo esencial es proporcionarles herramientas para afrontar esa frustración y aprender de los errores sin que dañen su autoestima.

TRABAJAR EL SENTIDO DE LA RESPONSABILIDAD

En relación a lo explicado anteriormente, no podrán aprender a afrontar la frustración si no les proporcionamos ocasiones para ello. La mejor forma es facilitarles responsabilidades que puedan asumir y supongan un reto. Si son excesivamente fáciles, lo considerarán una pérdida de tiempo y si son en extremo difíciles lo abandonarán. Hacer uso del reto puede servirnos para que asuman tareas que pueden cumplir, exponiéndoles a situaciones nuevas en las que se sientan capaces.

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Los niños deben asumir responsabilidades acordes con sus edades y cualidades.

El éxito al asumir estas responsabilidades contribuirá a forjar una autoestima positiva y el fracaso les permitirá experimentar frustración y una posibilidad de aprendizaje para volver a intentarlo,  hasta conseguir su autosuperación.

ESTABLECER LÍMITES Y NORMAS

En todo este proceso de aprendizaje no debemos olvidar que somos los adultos quienes les guiamos en esta maravillosa experiencia de vida. Ellos aprenderán a ser personas seguras de sí mismas si nosotros garantizamos esa seguridad a través de rutinas, hábitos y normas. Este aspecto no está reñido con el explicado anteriormente. Los niños deben conocer y respetar unas normas que les ayudarán a evitar peligros, conectar socialmente con los demás, pensar antes de actuar y vivir en un clima más armonioso.

Los límites son una manifestación de amor, porque responden a la necesidad de adaptar a nuestros hijos a unas exigencias sociales y capacitarles para desenvolverse de manera competente. Estos límites deben garantizar su bienestar personal, físico, emocional y social, así como el de los demás y les aportan seguridad porque son una forma de disciplina basada en el amor.

APRENDER A REGULAR LAS EMOCIONES

Ésta supone una difícil tarea porque para llevarlo a cabo debemos tomar conciencia de que somos los principales modelos para nuestros hijos. Como padres, deberíamos controlar las reacciones que nos provocan las emociones negativas, aprender a verbalizar aquello que nos preocupa,  incomoda, entristece… y ponerle nombre para que los otros sean capaces de comprendernos. Todo ello implica, además, ser conscientes de nuestras emociones positivas, lo que nos aportan y cómo generarlas en mayor medida.

Esta conciencia emocional requiere legitimar sentimientos, no negarlos, expresar emociones de manera abierta y desinhibida y tener conciencia de lo que provocan en nosotros. Un adecuado modelado en la gestión de las emociones facilitará que nuestros hijos aprendan habilidades interpersonales e intrapersonales para conectar con los demás y conocerse mejor a sí mismos.

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Resulta clave que los padres sepamos gestionar las emociones. Tanto las negativas como las positivas.
DESARROLLAR HABILIDADES SOCIALES

Nuestros pequeños, desde edades muy tempranas, tienen la necesidad de establecer  relaciones de apego con aquellos que les rodean porque les proporcionan seguridad  y confianza. Si bien la familia es el primer núcleo que genera esas relaciones estables y afectivas, también tenemos la responsabilidad de favorecer la creación de otra red de interacciones que enriquezcan y nutran las habilidades sociales de nuestros hijos. Gracias a dichas habilidades podrán manejarse de forma ajustada en diferentes contextos, responder a las demandas sociales planteadas y ser competentes para adaptarse a una sociedad en continuo cambio.

Es importante el reto que, como padres, tenemos por delante a la hora de educar con inteligencia emocional. Pero, si somos conscientes de los beneficios que puede generar en nuestros hijos, la tarea resultará apasionante. Necesitamos unas buenas dosis de empatía, escucha activa, asertividad, comprensión, paciencia, observación, reflexión y grandes cantidades de cariño para que la fórmula resulte perfecta.  Para todo ello, es esencial tener conciencia de nuestra responsabilidad como educadores y la suerte de poder disfrutar de ello educando emocionalmente nuestros hijos.

 

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